sábado, 27 de febrero de 2010

¡QUÉ SUSTO!

(Miguel Romero)


Cuando yo era un chiquillo, de diez años mas o menos, y estudiaba cuarto grado de primaria, solía los fines de semana reunirme en las casas de mis compañeros de estudio, para repasar las clases, hacer nuestras tareas y divertirnos contando cuentos de miedo.
Fue un día domingo del mes de febrero, que la reunión la hicimos en la casa del Choco Beto; yo para lograr llegar a su casa, tenía que pasar frente al panteón del pueblo.
Después de hacer nuestras respectivas tareas, nos pusimos a contarnos cuentos de los que ya dije…de miedo…relatos muy interesantes, que nos dejaban una sensación de nerviosismo en nuestro cuerpo; el choco Beto, contó de la Ciguanaba, el tigre de una sola raya, sobre el Cipitío, y el Cadejo, la seca Claudia, del Padre sin cabeza, el chele Tino, del Justo Juez de la noche y del Caballero negro, y el Toño moroño, de la Carreta bruja. Tan entretenidos estábamos con los relatos, que no sentimos el pasar del tiempo, y cuando nos percatamos, ya era tarde y la noche estaba encima; cada quien se fue despidiendo, y marchándose para sus respectiva casas.
Cuando me faltaban cien metros para llegar al panteón, sentí un viento frío que me caló hasta la espina dorsal, el miedo me impedía caminar, sentía las piernas tan pesadas como las de elefante. Recobré el valor y la alegría, cuando divisé a un hombre que caminaba hacia el mismo rumbo que yo llevaba y al pasar a mi lado, me fui a la par suya…acordándome de un refrán que mi abuela siempre repetía ”El que a buen árbol se arrima, buena sombra le cobija”.
Justamente, cuando íbamos frente al panteón, para ocultar mi miedo, entablé conversación con el desconocido, le pregunté si él nunca había sentido miedo al pasar frente a un panteón, a lo que me contestó: ¡¡CUANDO ESTABA VIVO SI !!. Al escuchar esas palabras y en el tono, que no era el normal, no se de donde saqué fuerzas de flaqueza, y comencé a correr despavoridamente. El desconocido, al ver mi reacción, se asustó y muy preocupado me gritaba, diciéndome que no me asustara, que él estaba vivo; pero yo ya no me quise detener, acordándome de las enseñanzas de mi abuela cuando decía que “En boca del mentiroso, lo cierto se vuelve dudoso”.

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